El mal del pantalleo compulsivo


David Flores

David Flores

Coordinador Nacional de Gritemos con Brío

@floresdavid203

CARACAS – FEB 08 2021

No sé si es la edad o el encierro, pero este último año me he puesto un poco más analítico. Creo que es la edad (y el encierro). La verdad es que me he dedicado a escuchar más en los últimos meses. Cualquier cosa, lo importante y lo trivial, los chismes, los complejos, las alegrías y las frustraciones; en cualquier lugar, en redes sociales, en los pasillos del edificio, en la radio; a todos, a mi familia, a mis amigos, a mis conocidos y no tan conocidos. Y de a poco, he dado con un patrón que se repite en todas partes: el pantalleo.

Gráfica de nuestro expresión cuando identificamos
el pantalleo en nuestro interlocutor.

Al hablar con alguien, casi siempre llega el momento en el que miente -sin intención y sin necesidad- viéndonos a los ojos, con la mayor seguridad y un puñado de cruces. Pero lo olemos, lo vemos materializarse con cada nueva afirmación, sabemos que está ahí, es un pantalleo.

Y aún así, clarividentes del engaño, somos capaces de avivar el fuego con más preguntas, pidiendo más detalles, retando al ingenioso y elocuente orador. ¡O peor! incurrimos derechito al montaje de nuestra propia pantalla para maquillar una sencilla vida y sus limitaciones, -¡porque tú no eres más arrecho que yo ni pasas menos trabajo!-.

De buenas a primeras, esto se parece mucho a la mentira, pero creo que los pantalleros tienen intenciones menos malas que los mentirosos -al menos inicialmente-.

Según los resultados de este estudio -nada metódico- de campo, el pantallero, puede definirse como una persona que exagera, modifica y/o altera el alcance de sus aptitudes, habilidades y destrezas, nutre sustancialmente con elementos de la ficción el desarrollo de ciertos acontecimientos personales y siente una atracción, casi siempre irresistible, por la viveza criolla.

Autor: Yo.

Estas personas no representan un peligro como individuos, pero su reproducción masiva y -llegada a instancias de poder- puede trastocar el desarrollo y avance de una sociedad, sobre todo, de una ya descompuesta como la venezolana.

¡La evidencia lo confirma!

Las prioridades primero, como verbo o sustantivo.

El contexto restrictivo y empobrecido nos hace proclives al pantalleo. La hipérbole de lo que somos y podemos, sirve como barrera psicológica ante la creciente miseria o los amargos resultados de algunas decisiones no tan acertadas que hemos tomado.

El señor Juan cierra su abasto repitiendo hasta la muerte que es solidario con sus vecinos. El joven -ya no tan joven- alega que es sostén de hogar desde los catorce y por eso no estudió. La madre quinceañera insiste en que ella y su novio estaban buscando al bebé, luego de un año de relación. El que gestiona trámites legales, dice que ofrece un servicio responsable y que la situación del país lo ha llevado a eso. La chama de treinta y tantos que no deja al marido infiel e irresponsable, jura que tiene una familia feliz.

A primera vista, parecen mentiritas blancas que no afectan sino la moral de Juan, Adriana y Yisneidy, protegiéndolas del qué dirán y del estigma de los prejuicios en torno a la pobreza generalizada y los impedimentos para el crecimiento personal y profesional, pero cuando los individuos de forma agregada están dispuestos a no decir ni asumir cada una de sus verdades, pueden desarrollarse culturas que entrampan los caminos hacia la transparencia, la sana competencia, el carácter crítico y participativo de la ciudadanía y la vocación transformadora que permite el surgimiento de agentes de cambio. -Te digo bye, bye, chao, democracia…-.

Una verdad que tiene cruda mucho tiempo

Visto de esta forma, las consecuencias de este pantalleo crónico no son individuales sino que arrojan un profundo costo social.

La quiebra del abasto, al margen de la solidaridad, implica un acceso menos a productos y servicios para la comunidad. El joven nunca aceptó que abandonó los estudios en su momento por flojera, y ahora, que se abandonan por necesidad, no pondrá mucho empeño en educar formalmente a sus muchachos. La afirmación de nuestra joven madre, tal vez, no le permita asimilar de cara al futuro la importancia de la planificación familiar que, entre otras cosas, contribuya a generar mayor calidad de vida al bebé en camino. Yisneidy, de los treinta pasará a los cuarenta sin ser feliz pero sí maltratada, siendo corresponsable de una familia disfuncional que reparte daños emocionales a diestra y siniestra.

El caso de nuestro funcionario complejiza más el asunto, ya que forma parte de los coletazos del huracán de la corrupción promovida por el Estado, que pretende esconderse detrás de una pantalla -casi empresarial- hiperfragmentada y alojada en los sectores más públicos del país, a la espera del mejor cliente.

En algún registro público o notaría, nuestro propio Jordan Belfort, criollo y estatizado, debe estar armando su emporio a punta de pasaportes y fichas catastrales gestionadas.

Sociedad pantallera, líderes pantalleros

Es en este punto en el que nuestro estudio de caso comienza a arrojar implicaciones más preocupantes. Lo individual se convierte en conjunto y el conjunto gobierna o decide ser gobernado.

Eventualmente, algún pantallero ordinario decidirá meterse en la política arrastrando su precondición pantallera. Seguramente abultará resultados y apoyos. Dirá que le siguen militantes con los que no cuenta. Contará su versión de las cosas -y se inclinará a imponerla como una verdad-. Mitificará competencias establecidas por la ley y justificará algunas otras, un tanto macabras, a expensas de objetivos superiores.

Así veremos legítimamente alabados todos los intentos de golpes de Estado. Seremos testigos de llamas apagadas con el tiempo de Dios -que es perfecto-, seguidas de inmediato por acusaciones formales de corrupción internacional a líderes intachables. También sabremos de dirigentes estudiantiles que acuerdan marchas con militares sanguinarios para venderle falsas victorias a la comunidad que representan… y así nos iremos acostumbrando.

Un día, todos, chavistas e insignes opositores, pantallearán públicamente con los millones de votos que obtuvieron, con la gente que sacaron a la calle y con el cargo aquél que ocuparon, pero se guardarán para el momento de los tragos -conjuntos-, el pantalleo referente a los grandes chanchullos, los Rólex, los escoltas y los carros blindados.

Finalmente…

Hoy, el pobre pantallea comiéndose un perro caliente de a dólar que no le conviene pagar. Hoy, quienes tienen poder, pantallean burlándose de sus oprimidos -no tan conscientes de su condición- con placebos milagrosos sacados de Macondo para refrescar el coronavirus. ¡Ay, doctor José Gregorio Hernández! ¡si te contara todo lo que ha pasado desde el siglo pasado!

Zapata – 1984

Nadie gana. Todos perdemos pantalleando. Esa mala costumbre nos aproxima a la mentira y hace que no se vea tan grave.

Desde mi terminal juventud estadística -no física ni mental-, deseo desesperadamente que mis pares generacionales y los más jóvenes sean cada vez más sinceros. Eso nos permitirá estar alertas ante el engaño, abiertos al aprendizaje y a una forma más honesta de hacer las cosas en el futuro.


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