¡GRACIAS NO!

Por David Flores

Coordinador Nacional de Gritemos con Brío

Un día, hace algunos meses atrás, volvió el agua en casa luego de un par de semanas. Con los eternos apagones de marzo casi todos supimos lo que es cargar más de dieciocho litros a cuestas desde algún río hasta la casa, la humedad en la ropa, el ardor en los brazos por la pesada carga y el extenuante peso de saber que pronto habría que repetir lo mismo hasta que repusieran el servicio; de manera que al sentir el agua salida de la regadera sobre el cabello solté un instintivo -¡gracias a Dios!-.

Esta sencilla y cotidiana expresión encendió una silente alarma dentro de mí, ¿cómo es que estaba agradeciendo algo que normalmente un ciudadano debería tener garantizado? No obstante, con el ritmo de las cosas me guardé los ideales no sin notar, en repetidas ocasiones, como la gente en la calle ante situaciones -ya cotidianas-, expresa alegría con la reposición de algún servicio básico o con la llegada de la bolsa del CLAP, cual si fuese un evento fortuito o peor, como si se tratase de una buena acción del régimen. Las alarmas ya no eran tan silentes ni fáciles de ignorar.

No fue sino hasta hace poco, cuando explotó el alboroto en redes por la graduación patrocinada por el Estado a los bachilleres en Maracaibo que decidí escribir esto que venía pensando, porque el desarrollo del conflicto causó la misma preocupación que la anterior anécdota; sin lugar a dudas, la estrategia del comunismo en Venezuela ha sido profundamente efectiva al investir al Estado opresor de Estado benevolente ante la confusa mirada de una sociedad fragmentada.

Resulta que se filtraron por redes sociales las fotos de “la graduación va por la casa”, programa que por segunda vez consecutiva ejecuta la alcaldía de Maracaibo con los recursos públicos de la localidad, cubriendo gastos típicos un acto de grado, paquete de graduación y una respectiva fiesta, a más de seis mil jóvenes bachilleres de la entidad. Los adolescentes que aparecen en las fotos siguen siendo el blanco de miles de comentarios -buenos y malos- y publicaciones en la acera 2.0 de la sociedad venezolana.

Una cosa bastante baja y ruin es someter al escarnio público a estos chamos por su aspecto aún cuando han crecido en contextos sumamente precarios, sin saber qué responder cómo viven y sobreviven en los sectores populares, cuáles son los modelos de éxito en los entornos más necesitados y hostiles del país -¿es el estudioso o el pran el que lo logra?-, ignorando que pertenecen a hogares sumamente vulnerables a los mecanismos de control social implementados por el régimen; mucho menos nos atrevemos a preguntarnos si estos muchachos comen, qué comen y cada cuánto lo hacen. Y así, negados a una angustiante verdad, acudimos al oprobio de la burla frente a unas fotos que hablan por sí mismas.

Pero otra más grave aún, es acudir a elogios carentes de objetividad como respuesta automática al generalizado escarnio como muestra de la herencia histórica de nuestra guerra federal y la costumbre de contradecirnos por contradecirnos sin mayor sustento que la visceralidad. Culminar con éxito el bachillerato es meritorio de alegría y gozo familiar, sí, sin embargo, ¡es parte natural del proceso de formación ciudadano! Lamentablemente, dicho proceso, ha estado caracterizado en los últimos seis años por la caída libre de los estándares académicos y una paupérrima remuneración de la actividad docente. En Venezuela no tenemos conocimiento cualitativo del nivel académico de nuestros bachilleres.

Aún con eso, felicitar al menos responsable no acarrea sino un acto de reflexión, al igual que lo amerita la banalización de lo grave con el tan nuestro chalequeo. Mas cuando doy con comentarios que afirman que la acción estatal «es buena por cuanto estos adolescentes de otra forma no hubiesen podido celebrar su acto de grado», siento exactamente lo que sentí aquel día al bañarme.

-Tanta necesidad en medio de un debate estéril entre dos partes igualmente afectadas y un solo responsable sonriendo al margen de las acusaciones y reclamos-.

No debe confundirse con un favor divino el que haya agua o no. No es normal que el Estado defina en una bolsa de producto lo que comes y cuando lo comes. No es competencia de un gobernador o un alcalde organizar una fiesta de graduación para las familias que hoy, debido al profundo estado de Emergencia Humanitaria Compleja que atraviesa nuestro país, se encuentran cada vez más dispuestas a retirar a los jóvenes de los recintos académicos porque el trabajo cubre necesidades inmediatas que el estudio formal no es capaz de cubrir. Hoy estudiar es un reto individual y colectivo.

La estrategia del régimen comunista parece haber sido exitosa: han invertido el estado de normalidad de las cosas, oxidando en la memoria del venezolano aquel país en vías de desarrollo, sin regulaciones en los servicios y con un sistema educativo de calidad, para que ante el aumento progresivo de la precariedad -durante más de veinte años- los destellos del deber ser, parezcan bondadosas concesiones de quienes usurpan el poder en Venezuela.

Si el agua llega luego de semanas a un lugar, ¡pues no hay nada que agradecer! ése es el normal funcionamiento de un servicio público. Y si un funcionario público costea promociones de bachilleres sin trabajar para que existan las condiciones para que cada quien acceda a sus propios beneficios, pues hay mucho que preguntarnos y bastante en lo que definitivamente no podemos estar de acuerdo con quienes gobiernan.

Dentro de este nuevo estado de cosas, el régimen ha avanzado mucho en la tarea de relegarnos como individuos a una parcela aislada de miedo, necesidad, recelo y resentimiento, haciéndonos débiles como ciudadanos inconexos entre iguales ante la adversidad y la lucha diaria por el sustento.

No obstante, creo que en esa parcela individual todavía residen principios que nos definen como venezolanos. Comencemos por ser solidarios y estar dispuestos a escuchar al que tenemos al lado, a comprender su situación y las verdades gritadas desesperadamente por su apariencia física. Aprendamos el lenguaje que ha dejado tras de sí una indetenida violación de derechos humanos, y allí, en las heridas compartidas y los numerosos amaneceres signados por la derrota, seguramente encontraremos los símbolos que nos unan en una misma lucha por un mejor mañana.

¡No te aísles!

¡No agradezcas lo que no debe ser agradecido!

¡No cooperes con ellos!